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miércoles, 3 de abril de 2013

¡Te cambio a una escuela pública!


LA SARTÉN POR EL MANGO / Por Mala Madre 

La verdad, nunca lo he soltado como amenaza sino más bien como interrogante. Como pregunta entre resignada y retadora, en aquellos tiempos -que espero idos- cuando la campechana de la adolescente mayor creía que podía aprobar las materias gracias a la suerte y no al estudio. ¿Quieres que te cambie a una escuela pública?

Si, los padres hacemos de vez en vez cosas terribles. Yo que soy egresada del kinder María Enriqueta Camarillo, de la primaria Art. 123 Pdte Miguel Alemán, de la Secundaria Técnica no. 8, de la Escuela Secundaria y de Bachilleres Oficial Minatitlán y de la Escuela Nacional de Estudios Profesionales Acatlán (ahora es Facultad, según me entero), le he hecho creer a mi hija que la educación básica pública puede ser el peor de los castigos.

Y eso me da mucha vergüenza, mucha tristeza y mucho coraje.

Vergüenza ante el temor de estar inculcando a mis hijas que los servicios que presta el Estado (escuela, hospitales, transporte) son para gente que no tiene otra opción porque nadie puede (quiere) hacer nada por ellos y siempre será mejor pagar una matrícula, un seguro de gastos médicos, un auto.

Me da tristeza por la posibilidad de hacerles creer que el tener esa oportunidad las hace mejores personas (dios me libre de tener que estudiar en una escuela pública, de ir al IMSS a que me atiendan, de llegar en micro al cine).

Y mucho coraje porque sólo una situación económica precaria me haría cambiar los servicios privados por los públicos.

Porque no me imagino el pleito eterno con l@s maestr@s de la secundaria 87 (o la que fuera) por la forma en que dan su clase y aplican el programa de estudios. Porque ya me tocó que, embarazada, en la clínica del IMSS donde tramité mi “incapacidad” laboral la doctora me dijera que quién sabe como iba mi bebé porque no oía su corazón… mientras usaba un aparato rústico en forma de campana y cuyo nombre ya olvidé. Y porque ni el compromiso de palabra que parecen haber sellado con un apretón de manos el jefe del Gobierno capitalino y los dueños de las rutas de transporte para mejorar el servicio (a cambio del incremento en la tarifa) me harán subirme a un micro que un día sí y otro también mata gente por las calles.
Díganme por favor que ya no usan este aparato en las clínicas del IMSS para escuchar los latidos del feto

No recuerdo un solo momento, desde que inscribí a mis hijas en la guardería, haberme planteado la posibilidad de que estudiaran en escuelas públicas. (Y no sé por qué sospecho que ni Elba Esther se lo planteó. ¿O si?) Tampoco recuerdo en qué momento, desde que salí de la Universidad, empecé a registrar que lo público había dejado de ser opción. O tal vez sí. Me pregunto si los legisladores se lo preguntarán igual, luego de despreciar los servicios que presta el Estado para pagar con dinero del erario sus posgrados en el extranjero, sus consultas médicas y hasta sus camionetas, porque eso de circular en autos compactos no se les da.

Lo que sí recuerdo es que del kínder al Colegio de Bachilleres tuve compañeros de todos los estratos socioeconómicos y de todas las capacidades intelectuales, porque eran las únicas escuelas que había en el pueblo. Y esto tenía la ventaja de presionar a los maestros a preparar sus clases y esforzarse al máximo, para que la mayoría estuviéramos siempre a la par de los más listos y los padres no les echaran montón con sus inconformidades.

Como que eso es lo que nos ha faltado últimamente con la escuela pública: solidaridad. Para no abandonarla a su suerte porque se ha dejado de invertir en ella, por razones ajenas al derecho que tenemos todos en este país a la educación. Para no volverla un asunto de clases, porque sólo asisten los que no pueden pagar una educación privada. Para no desaprovechar la indispensable y necesarísima oportunidad de que los jóvenes más afortunados conozcan y convivan con el México real.

Y sobre todo, nos ha faltado solidaridad para ubicar que mientras algunos padres amenazamos a nuestros hijos con inscribirlos en Los Nietos del Pípila, hay niños de 4 y 5 años en la Montaña de Guerrero que tienen que caminar hasta dos horas para llegar a una escuela cuya maestra luego no va. Sin avisar.

San Juditas Tadeo nos libre de haber nacido en la comunidad de Buena Vista, ¿verdad? Pues hoy tenemos la responsabilidad de transformar otra vez en opción para todos la educación pública y no permitir que la reforma educativa se quede en el mero encarcelamiento de Elba Esther. Y ya que andemos encarrerados, pues seguirle con la movilidad de las ciudades y ¿por qué no? con los servicios de salud. Porque ahí sí, no hay escapatoria ni forma de eludirlos. Y estaría padre que cuando los necesitemos funcionen bien o ya de perdis tengamos la prerrogativa de pedirle a nuestro diputado que nos pague la operación. ¿Qué no?

-El gato-

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